238 Bruselas

Quién no ha escuchado alguna vez la frase de «Bélgica huele a gofre» El gofre es uno de los manjares culinarios belgas, es tan antiguo como la propia historia del hombre, encontrando su ancestro más remoto en las tortas de cereales que se cocinaban ya en el neolítico sobre piedra caliente.
No será hasta el siglo XIII, cuando el tipo de gofre más parecido al actual aparezca de mano de un herrero que diseñará los moldes de hierro en forma de rejilla o cuadrícula, basándose en la estructura de las colmenas de abeja. Estos nuevos gofres se popularizarán rápidamente, vendiéndose en las calles y los días festivos en las puertas de las iglesias, tomando su actual nombre.
Estos gofres se consumían salados como sustitutivos del pan, con su accesible receta compuesta por harina, agua y sal. En el siglo XVIII las clases más adineraras inician una nueva forma de preparación de los gofres, añadiendo miel, huevos y leche. De esta manera, una serie de nuevas recetas empezarán a surgir (incorporando azúcar, vainilla, canela…) y la variedad de gofres que conocemos hoy en día empezará a ver la luz.
El gofre de Lieja es más pequeño y redondeado en sus puntas, además de contar con 24 agujeros. El gofre de Bruselas es de mayor tamaño, de forma rectangular y cuenta sólo con 20 agujeros.
Otra de sus grandes diferencias está obviamente en su sabor. El gofre de Lieja está hecho con una masa más mullida y dulce, que cuenta con pepitas de azúcar repartidas por toda su superficie que le dotan de una textura crujiente. El gofre de Bruselas es más ligero, menos dulce, y suele servirse con azúcar espolvoreada por encima y a veces con crema chantillí.

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